martes, 17 de noviembre de 2009

Tarkus y el Rock Pesado en el Perú

Tarkus

Extraído del blog El Rock Suicidado

Cierto candente sábado a fines de abril de 1972 estalló el Rock Pesado
en el Perú. El estadio de Chiclayo estaba abarrotado con más de dos mil
personas que esperaban escuchar un concierto de Telegraph Avenue,
el grupo peruano que el año anterior había editado su primer vinilo, un
éxito de ventas que superó cualquier récord en el rock nacional hasta
ese entonces.

Al caer la noche, luego de que tocaran algunos artistas sin
mayor brillo, el presentador anunció al público la llegada de la banda
estelar. La entrada de los músicos desconcertó a los espectadores que
los conocían de anteriores recitales. Álex Nathanson continuaba en
la primera voz pero ya no se encargaba del bajo como solía hacer en
Telegraph. Incluso su atuendo era diferente: vestía un poncho rojo y
su pelo largo estaba peinado con raya al medio como el resto de sus
compañeros, hecho que no se veía ni siquiera en Lima, ya que todos
los hippies nacionales llevaban raya al costado. Y del resto de la banda
ni hablar.

El más fanático podía reconocer a Walo Carrillo, también
de Telegraph, sentado tras la batería aporreando los tambores, pero
ahí acababan los parecidos. Los otros músicos eran unos completos
desconocidos. Se trataba de los argentinos Guillermo Van Lacke en el
bajo y Darío Gianella en la guitarra. Cuando empezaron a tocar, Chiclayo
dejó la tierra y viajó a Marte. La música era un hardrock oscuro y
raro; la expresividad del vocalista y lo poético de las letras eran casi
operísticos. Aunque su propuesta era una mezcla de Black Sabbath con
Led Zeppelin y toques de Almendra, su sonido incluso prefiguraba el
de la British new wave of heavy metal de fines de los setenta. Además,
había bastante teatro: el público se quedaba con la boca abierta cuando
Nathanson caminando como un jorobado y con un lamparín de kerosene
en la mano entonaba con su falsete de hembrita ese cuento digno de
Salgari llamado El Pirata; porque los temas eran propios y en castellano,
y las letras tan metafóricas y alucinantes que muchos lamentaban no
tener un ácido bajo la lengua en aquellos momentos. Y Darío Gianella,
con apenas diecisiete años recién cumplidos, se revolcaba en el piso como
Angus Young de AC/DC pero sin uniforme; ese fanático de Jimmy Page
no lo necesitaba porque ya vivía en su propia alucinada y ésta era visible
para el que escuchaba su música venida de otra dimensión. Obviamente
no eran Telegraph Avenue, pero usurpaban su nombre.

La verdadera historia de Tarkus tiene su origen en sucesos acaecidos
pocos meses atrás. En el verano de 1972 Telegraph Avenue vivía su
mayor momento de esplendor. Su primer LP había logrado una difusión
inusitada hasta ese entonces. Tenían programados conciertos todas
las semanas en el Galaxy y Walo, cumpliendo su función de manager,
contestaba llamadas de todo el país. Pero como dice la canción: todo
tiene su final, nada dura para siempre.

Cierta mañana estival Walo se dirigió en su Volkswagen al bowling
de Miraflores, donde unos patas apodados Los Franceses vendían
tronchos armados a diez soles cada uno. Los encontró, pero un minuto
después la policía los ampayó a todos negociando una colombiana con
una mayor concentración de THC que la piurana común y silvestre.
Los transeúntes lo vieron junto a los pushers mientras la tombería los
empujaba violentamente al patrullero.

Apenas pudo, Walo llamó por teléfono a Chachi Luján: Telegraph iba a tener
ensayo esa misma tarde y los muchachos tenían que buscar la manera de sacarlo del calabozo.
Apenas Chachi llegó al cuartel general de la banda —ubicado en jirón
Paruro—, en lugar de abogar por su amigo, declaró que con Walo iba a
suceder lo mismo que con Jerry Lam Cam —su antiguo bajista—, quien
se había ausentado repentinamente causando mucho daño al grupo, que
debió cancelar todas sus presentaciones pactadas. Si Walo estaba en
cana era porque lo habían agarrado con las manos en la masa, por lo
que entonces nada se podría hacer para ayudarlo, lo único que quedaba
era buscar a otro baterista.

Con la desaprobación de Álex Nathanson,
llamaron al Osito Barreda. Sin embargo a Walo no le sucedió lo que a
Jerry Lam, ya que salió de la cárcel a los cuatro días gracias a una vara
que se consiguió oportunamente. Cuando Walo llegó a la sala de ensayos
lo vieron como un fantasma. Su situación en la banda había quedado en
un estado completamente incierto. No sé si llegaron a realizar algún
concierto de despedida en esta primera etapa. Ya estaban heridos de
muerte y el desbande de Telegraph Avenue fue instantáneo.

Woody Allen dice que la vida no imita al arte, sino a la mala televisión,
y en este caso es cierto. Solo a un pésimo guionista se le ocurriría un
lío tan inverosímil como éste, pero el hecho es que en la realidad se dio,
y gracias a una sucesión de felices coincidencias nació Tarkus y pudo
plasmarse un instante de toda esta locura. Meses atrás Walo había visto
en la Plaza San Martín a un desubicado hippie que parecía extranjero.
Se le acercó y descubrió que era argentino, que se llamaba Guillermo
Van Lacke, y que en su país había tocado en un grupo de rock llamado La
banda del Oeste.

Van Lacke lo acompañó a los conciertos de Telegraph e
incluso entró con ellos a los estudios de MAG. Al conocer desde dentro
la movida peruana, Guillermo se entusiasmó y propuso hacer juntos un
proyecto. Como tenía que regresar en pocos días a su patria, prometió
buscar un guitarrista y regresar inmediatamente. En Buenos Aires Van
Lacke frecuentaba un sótano ubicado en la avenida Hipólito Yrigoyen.
Era un recinto insonorizado que los músicos utilizaban como sala de
ensayo, bulín y nave para viajes al espacio interior. Había conocido ahí
a un chiquillo llamado Darío Gianella. Darío era hijo de un alto mando
de la Marina de Guerra argentina, pero su personalidad era la de un
místico que expresaba sus iluminaciones por medio de la guitarra. Poco
antes se había separado de Final, su grupo de quinceañero, y estaba
buscando un nuevo colectivo de músicos con el que plasmar sus ideas.


Con su labia arrolladora Van Lacke convenció al joven prodigio para
escaparse de casa e ir a Perú, tierra que describió como de groupies
bellas y de oportunidades en la aventura rocanrolera. Empacaron
algunas mudas de ropa, un poncho rojo que luego le prestarían a Alex
Nathanson para los conciertos y varios discos de Black Sabbath, Deep
Purple, Led Zeppelin, Pappo’s Blues y Almendra. Justo antes de salir
le enviaron una carta a Walo diciéndole que arribarían pronto al Perú.
Se demoraron diez días —haciendo un viaje en tren y luego tirando
dedo durante distintos tramos— hasta llegar a Lima. En ese lapso
compusieron la mayoría de canciones del disco y escribieron abundantes
poesías surrealistas.


             (Parte de la letra del tema "Tempestad"escrita en el viaje por Guillermo)

Luego de ser expulsado de Telegraph Avenue Walo regresó a casa. Su
madre le entregó una carta que acababa de llegar ese mismo día. Era
de Guillermo Van Lacke, quien le avisaba que estaba a punto de partir a
Lima y que lo acompañaba Darío Gianella, un chiquillo de dieciséis años
a quien describía, con esa innata capacidad para la hipérbole que poseen
los argentinos, como un genio de la guitarra. Llegaron tres días después.
Vestían sandalias de cuero, jeans importados y polos psicodélicos pegados
al cuerpo. Se peinaban con raya al medio y llevaban chaquiras colgadas
al cuello. Estos tipos realmente tienen imagen, pensó Walo. Tuvo que
hacer un acuerdo con su padre. Gracias a la apertura mental que le
daba su vocación de psiquiatra, don Abel Carrillo permitió la estancia de
Van Lacke y Gianella en su departamento ubicado en la avenida Sucre
1125, en el distrito de Pueblo Libre. Es más, les consiguió una cama
camarote y una litera. Con el paso del tiempo y con la amistad creciente
decorarían el cuarto con cortinas árabes, colchones y velas de colores.

Cuando abrieron sus vetustas maletas, los argentinos sacaron los dos
primeros discos de Black Sabbath y de Led Zeppelin. ¿Tenés tocadiscos?
–le preguntaron a Walo, que se quedó alucinado al escuchar el material,
convencido de que ésa era la música del futuro. Hicieron un primer jam
session esa misma noche con guitarras acústicas y un cajón. Tarkus
había nacido de la manera más espontánea posible. Pese a la posterior
adición de un vocalista, siempre manejaron la parte instrumental
como un trío, a la manera de The Who, Cream, Cactus, Led Zeppelin
o Black Sabbath.

Desde aquel primer ensayo, Carrillo, Van Lacke y
Gianella supieron que tenían química. Las letras eran de Gianella, pero
éste no se divertía cantando y tocando al mismo tiempo. Poco a poco
comenzaron a colarse en sus ensayos antiguos músicos de Telegraph
Avenue como Álex Nathanson y Chachi Luján. Darío Gianella llamó a
Alex Nathanson y le pidió que cantara operísticamente, algo que Álex
no había hecho nunca, pero funcionó. Su incorporación fue inmediata.

Siguiendo las recomendaciones de Gianella, Álex asumió un estilo
vocal más exagerado y teatral que el que había usado anteriormente.
El grupo estaba completo. El golpe de suerte definitivo se dio cuando
el ingeniero Carlos Manuel Guerrero se enteró de la separación de
Telegraph y llamó por teléfono a Walo. El baterista le anunció que tenía
un proyecto bastante avanzado con Álex y dos argentinos, y que no era
algo puramente musical, sino que incluían una puesta en escena. El
empresario se ilusionó con un grupo sudamericano internacional y le
dijo a Walo que él era el que más le había hecho ganar plata gracias al
primer disco de Telegraph y que los apoyaría en cualquier proyecto que
hiciera. Le dio un contrato de palabra, un lugar para ensayar y horas en
el estudio sin jamás haber escuchado a la banda. Poco después Guerrero
viajó a Estados Unidos. Regresaría sólo un par de meses después,
cuando la suerte ya estaba echada.

Durante ese breve periodo los Tarkus vivieron la mágica y arriesgada
rutina de la creación artística. Como tenían que componer y grabar casi
al mismo tiempo se compraron un inmenso paco de marihuana para
tener inspiración de reserva. Guillermo Van Lacke se levantaba de la
cama camarote a las seis de la mañana e inmediatamente comenzaba
con los ejercicios de digitación, memorizaba las canciones, les hacía
arreglos, con las ganas superaba rápidamente sus limitaciones.

A las ocho de la mañana Guillermo, Darío y Walo bajaban a tomar desayuno.
Luego descendían al garaje del edificio, montaban en el Volkswagen y se
dirigían a la Avenida 2 de Mayo, donde MAG tenía su fábrica de discos
y su estudio. Entraban por un corredor lleno de cajas y plásticos. Los
obreros se los quedaban mirando y ellos no se detenían hasta llegar
al depósito del fondo. Ahí enchufaban sus instrumentos y se ponían a
componer y ensayar hasta las dos o tres de la tarde. Si tenían suerte, les
cedían el estudio, y acompañados por Carlos Guerrero Bueno —de We
All Together— en los controles de la cabina, grababan las canciones que
habían ensayado en la mañana. Algunas tardes no tenían tanta suerte.
El encargado les decía: disculpen, hoy tienen hora Los Morochucos. O:
mala suerte, muchachos, le toca a Lucho Macedo.


(Dario Gianella y Walo Carrillo ensayando en la fabrica de discos MAG)

Entonces se separaban y cada uno se iba por su lado a la deriva, en largos paseos
 por una ciudad que cambiaba cada vez más rápido. Walo y Van Lacke empezaron
 a pararjuntos, salían en parejas con sus respectivas enamoradas. Nathanson se
iba por su lado con la collera del barrio de Mariátegui, legendario grupo
de patas en el que por su natural espíritu y espontaneidad sobresalían
locos egregios como el Oso Torres, el esquinero Valladares, los hermanos
Allison, la mancha de El Álamo, Pacho Mejía (poco antes de salir de
Black Sugar) y otros profesionales del ritmo. Darío era muy callado y
normalmente se encerraba en la habitación comunal, ponía sus discos,
fumaba marihuana, o a veces tomaba ácidos y escribía algunas nuevas
letras para canciones. Fue Walo quien le puso el nombre al grupo.

Tarkus es un espíritu que se encuentra en lo más profundo de nuestra
alma y que nos protege cuando nos hallamos perdidos en algún viaje.
Pese al encierro de Darío, que prácticamente solo salía a comprar pan,
la relación entre los cuatro iba cada vez mejor.

Casi inmediatamente se presentó la oportunidad de debutar. La
comisión de la promoción 1972 del colegio Roosevelt organizó una fiesta
en el colegio para recaudar fondos. Ignorando la pelea de los Telegraph,
llamaron al mánager, es decir a Carrillo, para pactar una presentación.
Sin titubear, éste dijo que ahí estarían. Llevó a Tarkus sin decir nada,
y frente a un público compuesto en un 80% por gringos, los dejaron
con la boca abierta. ¡En el Perú un grupo a lo Black Sabbath que toca
temas propios y en castellano! Entonces llegó el concierto en Chiclayo, y
luego fueron a Chimbote y a Trujillo, donde se presentaron nuevamente
bajo nombre falso, y también dejaron huella. Tuvieron que regresar al
instante al estudio. Acabaron los ocho temas que conforman su primer
LP y empezaron de frente con más canciones, de las cuales grabaron
dos; tenían ensayadas unas cuantas más, pero ese par de registros se
perdió para siempre cuando en la disquera optaron por grabar encima
de esas cintas.

Las sesiones se realizaron entre el 3 de abril y el 16 de mayo de 1972.
Los músicos tuvieron total libertad. Tanto así que el dueño de MAG solo
escuchó su trabajo cuando regresó de viaje y ya se estaban prensando
las primeras copias. Ocurrió una tarde, mientras Tarkus se encontraba
en el estudio grabando las sesiones para el segundo álbum. A la mitad
de una canción sintieron cierto desorden en la cabina de sonido. Dejaron
de tocar y subieron a ver qué pasaba. Escucharon la voz estruendosa
del ingeniero Carlos Manuel Guerrero: ¡qué mierda es esta bulla!
El director de MAG tenía el rostro completamente rojo, presa de un
colerón apocalíptico. Y cuando entró Walo llegaron los insultos: Oye tú,
Carrillo, esto no suena como Telegraph Avenue, ¿no iban a ser un grupo
latino?, esto no lo va a escuchar ni san puta. Yo no invierto en ustedes si
hacen este tipo de música.

Sin embargo, estaban atados por un contrato, por lo que el disco pudo
salir a la venta. La portada era completamente negra, como años
después lo fueron el Back in Black de AC/DC o el disco homónimo
de Metallica. Pese a las contrariedades con el ingeniero Guerrero,
los muchachos siguieron en la brega. Podían hacer circular su disco
de manera independiente, todo dependía de los conciertos. El boca a
boca ya había creado cierta expectativa en la movida rockera limeña,
aunque casi nadie los había escuchado. El debut oficial estuvo por eso
organizado al milímetro. Sería en el cine El Pacífico, que era la sala más
importante de la época.

Un día Walo recogió en la Vía Expresa a un hippie que tiraba dedo. Se
pusieron a conversar mientras ponía un cartucho en el equipo de su auto.
El desconocido respiraba paz por todos los poros de su cuerpo. Lo invitó a
un departamento de San Isidro, donde estaba hospedado con sus amigos.
Todos eran norteamericanos y tenían el refrigerador lleno de provisiones.
Eran acólitos de la secta conocida como los Niños de Dios, que años
después se haría célebre en las paginas policiales por acusaciones de
presunta pedofilia. Al día siguiente el baterista les presentó a los demás
miembros de Tarkus. Darío empezó a frecuentarlos pero persistió con su
natural timidez frente a los demás músicos de la banda.



En setiembre, poco antes de la primera presentación oficial del grupo en
el cine El Pacífico, los Tarkus fueron invitados al famoso festival rockero
que se celebró en la Plaza de Acho. Antes de que los grupos comenzaran
a tocar, Darío se acercó y anunció a los tres músicos que tenía algo muy
serio que decirles. Había encontrado a Jesucristo y debía retirarse de la
banda y de ese estilo de vida. Se iba con los Niños de Dios. No tocaría en
el debut porque iba contra el camino que había elegido en la vida, que
era el camino de Nuestro Señor. Ya no creía en esa música inspirada por
la droga y no podía ir contra sus principios. La noticia les cayó a todos
como un balde de agua fría, pero Darío permaneció inflexible. No había
nada qué hacer. Estaban en un callejón sin salida.

Tarkus nunca debutó oficialmente. El LP fue un fracaso de ventas; en
realidad comercialmente jamás existió. Y ese disco es quizás uno de los
más valiosos testimonios que quedaron de aquel tiempo en los sesenta
y setenta cuando la música incendió los barrios de Jesús María, Lince,
Pueblo Libre y Magdalena y luego desapareció sin dejar memoria,
como sucedió con el único disco de Tarkus, esa anómala opus magna
que, como ha mostrado esta historia, es mucho más que un brillante
intermedio entre los dos LPs de Telegraph Avenue.

Tarkus dejó de existir pero la vida continuó su curso. Bastante asustado
por la desaparición de Darío, su padre viajó a Perú a buscarlo. Se
encontró con Guillermo Van Lacke, que lo guió hasta el departamento
de San Isidro donde vivía el guitarrista en la comunidad de Los Niños
de Dios. Como buen milico, lo sacó violentamente, argumentó ante
las autoridades de migraciones que su hijo aún era menor de edad
(acababa de cumplir diecisiete años), le puso una camisa de fuerza y lo
embarcó en un avión de las fuerzas armadas.

Al llegar a Buenos Aires el psiquiatra diagnosticó su caso como un delirio místico.
Cuando cumplió dieciocho y pudo salir de la clínica, Darío regresó con los Niños de Dios.
Se convirtió en uno de sus principales activistas y durante un ritual de la
secta fue rebautizado con el nombre de Manases. Se volvió a encontrar
con Álex Nathanson en 1975. Juntos realizaron algunas grabaciones con
los Niños de Dios, entre ellas un LP. Se sabe que vivió durante años en
Seattle y que actualmente se encuentra dedicado a la vida espiritual en
Madrid. Su historia lleva inmediatamente a conjurar el espíritu de Syd
Barrett o Roky Erickson.

En el 2007 Tarkus se volvió a reunir. Ante la desaparición de Darío
Gianella, el puesto de guitarrista fue ocupado por Christian Van Lacke,
hijo de Guillermo y guardián del espíritu original de la banda. Aparte
de cantar, Alex Nathanson ocupó esta vez el puesto de bajista. En los
ensayos para el regreso de Tarkus y con la exhumación de los baúles de
los recuerdos salieron a la luz los temas que iban a ser parte del segundo
disco, aquel que nunca se terminó por el colerón del ingeniero Guerrero.

No tenían las grabaciones de la época, pero sí las canciones, y se pusieron
a ensayar. Era una empresa extraña, comparable en el mundo del rock al
proceso que sacó a la luz álbumes como A Saucerful of Secrets —donde
Pink Floyd continuó sin Syd Barrett pero prolongando su sonido— o
el Smile —trabajo con el que décadas después Brian Wilson terminó
el LP perdido de los Beach Boys—. Álex retornó a California para
seguir haciendo música, pero Walo y Christian decidieron seguir con
la empresa hasta hacerla tangible y sonora. Todo este material ha sido
incluido en el disco debut de Tlön, grupo que continúa la línea de Tarkus
y que actualmente está conformado por Walo Carrillo, Christian Van
Lacke y Marcos Coifman.

1 comentario:

  1. SUPER INTERESANTE! TENGO LA OPORTUNIDAD DE CONCOCER A ALGUNOS DE LOS TARKUS! GRAN BANDA QUE SIN DUDA ESTA INSCRITA EN NUESTROS CORAZONES!

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