miércoles, 16 de noviembre de 2011

El Éxtasis de la Tribu Rockera


Registro de la euforia

Cara a cara. Metaleros le quitan el micro a Elvis de la banda PTK.

Un lugar es un libro de portada sobria que al abrirlo te salpica con una avalancha de fotografías  de gente desenfrenada, pestilente, rabiosa, despidiendo alaridos de puro y violento rocanrol. Raúl García Pereira, fotoperiodista, es su autor y en él retrata a los protagonistas de una escena que ha cambiado un poco pero mantiene la misma impetuosidad de siempre.

Por Jonathan Castro

“No es un libro de fotos de bandas de rock. Lo que pretendo es capturar la esencia del rocanrol limeño”, explica Raúl García. Un lugar recopila fotos tomadas entre 1997 y el 2010 sobre la escena rockera limeña que-no-suena-en-la-radio. Lleva con orgullo el nombre de la primera canción del álbum con el que debutó la popular banda Leusemia en 1985.
“No están todas las bandas locales importantes, sería injusto decirlo. Solo son un puñadito de bandas, y no están ahí por ser las bandas que son; lo que manda en la selección es la foto”.  De todas las imágenes incluidas en el libro destacan los conciertos en lugares pequeños, sucios, con poca luz, sin tarimas altas ni miembros de seguridad que alejen a las bandas de su público. Pocos locales escapan a esta regla, salvo El Huaralino (Los Olivos) y los estadios Manuel Bonilla (Miraflores) y Unión (Barranco).
No hay fotos de las bandas internacionales que han pisado Lima, aunque sí algunas de bandas locales en el extranjero. Lo que le interesa a García es capturar el ambiente como le gusta: fuerte, horizontal y universal. “No solo he fotografiado en Lima, sino en Santiago, Buenos Aires, Medellín y Bogotá, y la escena, la gente y las bandas son iguales. No me refiero a que suenen igual, sino a que se quiere, se sufre y se transmite lo mismo. No me importa si la gente los conoce o no; es la imagen de un rockero underground o subte”.
Contrariamente a lo que uno podría pensar, no es una colección de fotos de bandas independientes reconocidas. Figuran grupos como Manganzoides, Aeropajitas, Voz Propia y Vaselina en pleno éxtasis del concierto, pero también hay encuentros casuales como el de Daniel F y Kimba Vilis (formadores de Leusemia) con “Pelo” Madueño y Fernando “Cachorro” Vial (Narcosis), responsables del boom del rock subterráneo de los 80, en un baño. A estas se suman otras fotos de besos, baile y desenfreno en los locales que más le gusta fotografiar: El Averno de jirón Quilca, el Salón Imperial, el Keko bar, entre otros.
14 años de trabajo
Dos años atrás, entrevisté a Raúl García sobre su blog Aerolíneas Wiracocha. En esa bitácora él publicaba fotos de bandas y fanáticos que tomaba en ensayos y conciertos de rock local. Me llamaba la atención su constancia para publicar fotos de grupos profesionales y amateurs, y lo bien que captaba la oscuridad del ambiente.
Casi a inicios de la conversación me sorprendió cuando me mostró el machote de una selección de fotos que había tomado en los últimos años. En esta ocasión me dijo que solo le faltaban 4 mil dólares para poder realizar la impresión de los ejemplares. Me gustó la idea y la entrevista se encaminó por el libro que estaba, a mi criterio, a punto de publicarse.
Pasaron los meses y se me olvidó el tema, pero a Raúl lo seguí frecuentando en conciertos en el centro de Lima y Barranco. Cada vez que lo encontraba, disparaba una y otra vez fotos en blanco y negro con su cámara Nikon D700. No perdía oportunidad para fotografiar desde el escenario o el pogo mismo.
Raúl empezó a hacer la selección con más de mil fotos en el 2005. Ese año, su hija Mariel, a quien dedica el libro, acababa de nacer. Llenó su casa de ampliaciones de los negativos que tenía en archivo para poder empezar a seleccionar, mientras cuidaba a Mariel en la cuna.
Sus amigos Jorge Villacorta y Francisco Melgar lo ayudaron a darle el criterio que necesitaba el libro. Tendría tres ejes narrativos: los grupos, el baile o pogo y la atmósfera alrededor de los conciertos.
La selección de las fotos la hizo él mismo. En el camino, decidió descartar las que estaban a color “porque eran muy bonitas” y no era lo que quería reflejar. “Después de que revisas toda tu chamba de años, te das cuenta por dónde va tu mirada. Entonces empecé a fotografiar de una manera más personal”.
Cambio de mirada
“Cuando comencé a fotografiar la escena tenía la imperiosa necesidad de ir a todos los conciertos porque pensaba que había que registrar todo”, recuerda. Era 1997 y los pocos fotógrafos que iban a los conciertos tenían que gastar su propio dinero en comprar rollos, revelar y ampliar. No era un hobby barato.
“En los primeros tres años me he movido mucho más pero el material gráfico no es exactamente como me gusta. Además, en esa época yo fotografiaba, revelaba y archivaba, no las movía. Si venía una banda y me las pedía para el casette que estaban por sacar, las buscaba y se las pasaba”.
En el 2003 se contagió de hepatitis y tuvo tiempo de sobra para escanear casi arbitrariamente más de 700 fotografías que había tomado hasta ese momento. En esa revisión encontró imágenes de momentos históricos del rock nacional: el último ensayo de la leyenda del Hardcore-Punk peruano G-3 y la reaparicion de Narcosis en el 2000, y la última gira de los Manganzoides en Argentina en el 2007, por citar algunos ejemplos que aparecen en el libro.
Las fotos que le tomó a Leusemia en 1997 salieron publicadas en el disco Moxón.
Madurez de la escena
La sensación de una parte de la gente involucrada con el rock local es de añoranza a los primeros años de la movida subterránea. Para ellos, los primeros años estaban llenos de gente con más actitud, pese a las deficiencias que había. No reconocen que el cambio también trajo cosas positivas.
La escena rockera ha crecido enormemente. Lo que en algún momento era un movimiento cultural marginal y subterráneo de jóvenes produciendo música desde las entrañas, fanzines y polos se convirtió poco a poco en un espacio con cientos de exponentes dedicados a tiempo completo a la creación de música, revistas, webs, crítica, novelas, documentales y ahora el primer libro de fotografía. Los muchachos de antes maduraron y aprendieron a autogestionarse para producir cosas de calidad.
Para Raúl “no se trata de volver al pasado ni añorar. El tiempo avanza y no hay que quedarse tampoco. Pero hay cosas muy positivas de los primeros años que no deberían perderse y tienen que ver con la conciencia social y crítica sobre tu momento y entorno. Ahora también hay muchos que están comprometidos, pero nunca faltan chicos que solo se vacilan y ya”.
Un lugar es un libro que al final resulta para todos. Los que conocen la escena por dentro se sentirán identificados con el ambiente y los conciertos vividos. Los que no conocen nada verán que no se trata de muchachos violentos, solo era gente disfrutando de rocanrol y de un buen lugar.
Trayectoria
Raúl García Pereira (1969) ingresó al fotoperiodismo profesional de casualidad. Empezó haciendo cámaras para la cadena nipona Fuji TV, luego la agencia Kyodo News lo contrató como fotógrafo para para cubrir la toma de la embajada de Japón en 1997. Ya tenía una cámara con la que había empezado a fotografiar la escena rockera y las marchas contra Fujimori. Tras la crisis de los rehenes, volvió a lo que antes hacía: trabajar en cine y video. En el 2000, lo llamaron para trabajar con César Hildebrandt en el diario Liberación. Luego de eso, ingresó como editor gráfico a Peru21, de donde salió poco después de que Augusto Álvarez Rodrich dejó la dirección.

Encuéntralo
A la venta. El libro debutó en la Feria Ricardo Palma bajo la distribución de Borrador Editores. Ya está a la venta en las librerías Virrey, La Casa Verde e Íbero.
Presentación. Será el 24 de noviembre en el Centro Cultural de España. Habrá concierto de Raúl Montañez y las arañas de Marte, y algunos músicos invitados.
Auspicio. La impresión de los mil ejemplares fue gracias al apoyo del Centro Cultural de España y de Alta Tecnología Andina. El resto salió de su bolsillo y la colaboración de los amigos. Sabe que nunca recuperará lo invertido, pero no le preocupa.

jueves, 28 de abril de 2011

Pioneros quechua



La República
29 de noviembre de 2009

Muchos creen que, a raíz del triunfo de “La teta asustada”, el quechua está ingresando poco a poco en la escena oficial del arte peruano. Aquí presentamos la historia de Uchpa, un grupo de rock y blues que viene cantando en esta lengua por casi veinte años. ¿Por qué no lo valoramos antes?

Por Ghiovani Hinojosa

Jimi Hendrix con ojotas. O, lo que sería su equivalente, Raúl García Zárate con jeans apretujados, casaca de cuero y mirada desafiante. Uchpa ha convertido estas forzadas imágenes en una realidad sui generis en la escena rockera nacional: ha logrado hermanar el blues gringo y el hard rock setentero –leáse Led Zeppelin, Black Sabbath y Deep Purple– con el misticismo de la lengua quechua. Así, su fusión comprende poderosas descargas eléctricas –con guitarras que maúllan al modo de los pioneros ‘violeros’ ingleses– acompañadas por sensuales fraseos en el lenguaje del Perú profundo. Sus canciones revelan la mágica sinergia que puede haber entre un huaynito de la comunidad de Puquio (Ayacucho) y un riff tocado en Londres con una lujosa Fender Stratocaster.

El idioma de los marginados

Fredy Ortiz, quechuahablante ocobambino (Apurímac), es el líder de Uchpa (voz quechua que significa “ceniza”). A él fue a quien se le ocurrió, a principios de los 90, dejar de balbucear un inglés ‘masticado’ –entonces emulaba a bluseros del calibre de Janis Joplin y Stevie Ray Vaughan– para entonar en quechua temas emblemáticos del rock clásico. Su lengua materna le dotó de una expresividad inédita al rock and roll británico, lo hizo más melancólico. “Es como si el quechua estuviera diseñado para sufrir. El dolor, pero también la dulzura, sellaron para siempre mi música”, confiesa con los ojos lánguidos en la azotea de su casa limeña, en Carabayllo.

Para él, el éxito de la película “La teta asustada” –que llevó el quechua a cientos de miles de oídos europeos– y su consiguiente eco –Juan Diego Flórez se animó hace poco a interpretar algunas expresiones en runasimi–, es una fiebre cultural temporal. “En mis 20 años como cantante, he escuchado siempre hablar de lo mismo: ‘que nuestro idioma, que los incas’. No nos engañemos, el quechua es marginal”, asegura. Él lo comprueba al final de cada concierto, cuando la “muchachada andina” se le acerca eufórica para contarle que “mi viejo es ayacuchano y mi mamá es de Andahuaylas”, pero que luego, cuando no hay tocada, guarda su acento serrano en lo más recóndito de su garganta (o de su corazón). “Igual es con el supuesto boom de Magaly Solier. Este sentimiento pro quechua durará unos meses, mientras la publicidad se mantenga. Si no, díganme cuánta gente se preocupa hoy por aprender este idioma”, comenta preocupado.

Fredy también recuerda el choque cultural que implicó consolidar a su banda en la movida rockera capitalina. En los primeros festivales en los que participó, se le veía sentado a un lado del escenario –con su típico “disfraz” folclórico– hablando en quechua con el músico que toca el waqrapuku (corneta andina), al margen del barullo “muy limeño y resuelto” de los otros grupos. El vocalista de Uchpa señala que, desde entonces, ha cultivado muy pocas amistades musicales, entre ellas las de los integrantes de Amén. “Será porque nosotros los bluseros somos un poco especiales: somos muy sentimentales y solemos juntarnos solo con la gente que siente feeling por nuestro género”, especula.

En este contexto de cierta marginalidad, ¿cómo explicar el furor que canciones como “Corazón contento” (un huayno al estilo Deep Purple) y “Ananao” (rock con temple andino) desatan entre adolescentes y adultos de las zonas urbanas del país? ¿Acaso no es una limitación expresiva el hecho de que la mayoría de ellos no sepa hablar quechua? Fredy Ortiz responde a esta última pregunta que sí y afirma que, según su percepción, los seguidores de Uchpa son atrapados por el carácter exótico de su propuesta, asentada en una base instrumental –guitarras, batería y bajo– muy bien trabajada; y por el componente visual de su espectáculo –aseguran ser los primeros rockeros peruanos en subir un danzante de tijeras al escenario e incorporar instrumentos serranos como el wakrapuku–. Total, dice, “la mayoría de rockerazos ama la música extranjera sin saber inglés. Lo mismo pasa con Uchpa y con el quechua”.

Sin embargo, esta situación de “incomprensión” lingüística le permitió a este vocalista camuflar muy bien algunas letras explosivas, como la de “Ama sua, ama llulla, ama quella”, la canción que compuso a fines de los 80 y dedicó al entonces también presidente Alan García. “Allí decía la verdad de lo que ocurría: denunciaba la corrupción y los abusos de mi institución policial. No quería pasar piola frente a esos sinvergüenzas”, relata enérgico. Y es que, para los que no lo sabían, Fredy es un ex policía de la zona del terrorismo que tomó el micrófono y dijo adiós a las armas.

Un ‘tombo’ rockerazo

Desde los 18 años, en que lo enviaron a la serranía peruana para combatir a los terroristas, él llevaba consigo un singular maletín. En el interior, estaban comprimidos decenas de cassettes con rock y blues de los 70, un minicomponente y muchas pilas. Patrullar enclaves peligrosos y vigilar puestos policiales, para él todo era más soportable con una balada celta de Led Zeppelin o un ‘solo’ de guitarra de Jeff Beck.

En 1993, cuando fundó Uchpa junto al músico Igor Montoya –“entonces solo éramos un par de rockeritos místicos”–, Fredy ya llevaba 10 años como policía. Así, junto con unos amigos ayacuchanos, lograron grabar ese mismo año el cassette “Wayrapin qaparichkan” (Gritando en el viento), un álbum debut con ocho canciones que destilaban un fuerte amor por Pink Floyd. Pero pronto –y luego de grabar el cassette “Qauka Kausay” (Viviendo en paz, 1995)– Fredy se vio solo en Lima con su música en las manos. El resto del grupo había elegido otros caminos.

Así vendría la que muchos consideran la formación clásica de la banda: ingresan el belga Bram Willems en el bajo, el talentoso guitarrista Marcos Maizel (actual cerebro musical del grupo), el guitarrista Juan Manuel Alvan y el baterista Ivo Flores. Juntos graban “Qukman muskiy” (Respiro diferente, 2000), una producción en la que se oye un hard rock más avasallante, con temas como “Chachaschay” y “Kusi Kusun”.

Matrimonio musical

“Nosotros no rockeamos el ande, andinizamos el rock”, precisa Marcos Maizel para referirse al respeto que han logrado en sectores urbanos del Perú y países europeos hacia el huayno y el quechua. Y revela que la música andina y el blues comparten un bello matrimonio musical: ambos utilizan escalas pentatónicas, lo que hace propicia su fusión. La banda estrena por estos días una formación nueva: a Fredy y Marcos, se les une César Gonzales (antes batería, ahora guitarra rítmica), Carlos Sevillano (bajo) y Willy Hermoza, ex baterista del metalero M.A.S.A.C.R.E. La melancolía serrana y la acidez del rock clásico son las dos partes de un todo musical que interpela al oyente de Uchpa. No solo lo arrincona contra sus raíces culturales (en el caso de los peruanos), sino también lo invita a destruir sus prejuicios sobre el quechua y la cosmovisión andina. Y lo mejor de todo, lo humaniza danzando.

Todas las sangres

Uchpa tocará este martes 1º de diciembre en La Noche de Barranco, 9 pm, S/. 15. Boletos a la venta en TuEntrada de Plaza Vea y Vivanda. Fredy Ortiz promete un explosivo repertorio “arguediano”, además de adelantos de su cuarta producción. Prohibido decir “manam”.

Añas blues (El blues del zorrino)
au, mamay (sí, mamá)
au, ari papay (así es, papá)
añastan rikuni tusustin (vi al zorrino bailando)
wischusqa tullukunapa chaupimpi (en medio de huesos esparcidos)
sayastin makinwan ruqukustin (se paraba poniéndose como gorra)
wakapa aka ispayninwan (las heces de la vaca)
tusustin (y bailaba,)
tusustin (y bailaba,)
tusustin (bailaba).